10.9.2016
Cuesta empezar a caminar cuando sabes que una aventura se acerca a su fin, que cada paso que dés es un paso más en contra de tu voluntad de seguir caminando. Con estos pensamientos desperté bien temprano en JM Blanc.
Nos habíamos ido a dormir con la incógnita de si podríamos caminar. Había llovido casi toda la tarde y por la noche al acostarnos cayó una fuerte tormenta de rayos y truenos nada halagüeña. Habría sido frustrante no haber podido completar Carros de Foc, pero afortunadamente amaneció soleado y sin rastro de nubes. Aún así, tenía ciertas reservas respecto a la conveniencia de realizar la etapa, ya que debíamos pasar el Coll de Monestero, del que había leído que era otro pedregal a tener en cuenta. Como sin riesgo no hay gloria, mi corazón se impuso rápidamente a mi conciencia y me calcé las botas con la ilusión del primer día.
A estas alturas de la aventura sentía mis piernas mejor de lo esperado, pero sin embargo mi espalda se resentía mucho del peso de la mochila. En esta jornada sufrí especialmente los tormentos ocasionados por una dolorosa contractura dorsal, por la cual en cada movimiento de mi brazo derecho, con el que manejaba el bastón de senderismo, parecía clavárseme una daga a media espalda. Me quedé relegado a conciencia durante la subida del Monestero (2.716 metros), ya que me resultaba imposible mantener el ritmo por culpa del dolor.
El camino hasta Monestero, contractura aparte, fue precioso, siguiendo la tónica de la etapa anterior.
La subida del Monestero por la vertiente sur no resultó nada complicada, pero la bajada por la norte podría haberlo sido de no haber mediado, curiosamente, la lluvia de la jornada anterior. Se trata de un empinado descenso marcado por piedras pequeñas y arena. En condiciones normales podría haber resultado peligroso, pero gracias a la lluvia del día anterior parecía poseer mayor agarre del esperado. El agua había apelmazado el terreno y la sensación era la de bajar una pendiente nevada, mis pies se hundía en el terreno sin riesgo de resbalar. Fue el descenso más divertido de Carros de Foc.
El resto del camino transcurrió al lado del Riu de Monestero, atravesando prados y bosques de características muy diferentes a las que nos habíamos acostumbrado. Fue un perfecto contrapunto final para nuestra travesía.
Llegamos al fin a Ernest Mallafré, donde sellamos por última vez. Ya sólo faltaba caminar hasta el Llac de Sant Maurici, donde cogeríamos un 4×4 hasta Espot.
Nuestra aventura había llegado a su fin. De ella ya sólo nos queda la satisfacción de su recuerdo y el deseo de poderla repetir algún día.