13.9.2016
El amanecer en Astigarraga anticipó lo que iba a ser un día memorable. Con una ligera llovizna, desayunar contemplando estos arcoiris entre nubes y claros fue una delicia.
Mientras desayunaba, fui planificando mentalmente la jornada. Mi idea inicial era dirigirme hasta San Juan de Luz y a partir de allí ir volviendo hacia mi alojamiento parando en diferentes lugares como Hendaya, Hondarribia… Sin embargo, al verificar que se preveía lluvia para casi todo el día, pensé que tendría más sentido hacer un recorrido en coche por el interior del País Vasco francés y, si el tiempo daba tregua, parar a pasear en algún que otro pueblo que ya tenía en mente desde hacía meses como plan B.
Así pues, puse rumbo hacia Espelette, un pintoresco pueblo del interior del País Vasco francés que destaca porque de la mayoría de sus fachadas cuelga su principal producto de exportación, el pimiento rojo seco de Espelette, a juego con los principales elementos arquitectónicos del lugar. Una decoración de lo más original.
No muy lejos de Espelette se encuentra Ainhoa, otro pueblo que vale mucho la pena, mucho menos turístico y cortado por el mismo patrón.
Comí cerca de la frontera entre Francia y Navarra, en las afueras de Zugarramurdi, donde poco tiempo después visitaría su famosa cueva, viejo escenario de akelarres hasta el siglo XVII. Fue una de las paradas más interesantes de todo el viaje, por su belleza, la magia que la envuelve y la peculiaridad de carecer de estalactitas y estalagmitas, lo cual me sorprendió.
Como me habían entusiasmado todos los paisajes de la jornada, tras una breve parada en el pueblo seguí mi rumbo hacia Hondarribia perdiéndome por estrechas carreteras de montaña. Fue un tramo magnífico en el que disfruté como pocas veces de conducir.
Al llegar a Hondarribia, una fuerte tormenta impidió que pudiera visitar el pueblo. Tras veinte minutos recluido dentro del coche, a la espera de que amainara, perdí toda esperanza y seguí mi rumbo hacia Pasaia a través de la carretera de Jaizkibel Hiribidea, por encima de las montañas y con vistas privilegiadas del mar.
Pasaia es un pueblo configurado por cuatro distritos diferentes. San Juan y San Pedro son eminentemente marineros, mientras que Pasai Antxo y Trintxerpe son prácticamente una prolongación de San Sebastián. Los dos primeros son los más atractivos y se comunican a través de una barca motora. Todos ellos se ubican en torno a la desembocadura del Río Oyarzun, creando el puerto comercial más importante de Guipúzcoa. Como curiosidad, los diferentes distritos quedan unidos territorialmente a través de una estrecha franja que bordea la ría, con el fin de concentrar en una misma unidad administrativa todas las instalaciones del puerto de Pasaia.
En mi caso, visité únicamente Pasai Donibane (Pasaje de San Juan), porque no había tiempo ni fuerzas para mucho más, pero quedé muy satisfecho con esta parada, antes de volver al alojamiento para descansar.