31.8.2013
Oslo no tiene fama de ser una ciudad bella y una vez visitada doy fe de ello. Sin llegar a fea, no es nada del otro mundo, pero para uno o dos días puede resultar entretenida.
No teníamos en mente ninguna visita concreta. En el hostal cogimos un plano y nos dejamos ir, enlazando por proximidad los diferentes lugares de interés que vimos destacados en el mismo.
Dada su cercanía con el hostal, nuestra primera parada fue Oslo Domkirke, la catedral. Se trata de una catedral relativamente joven, ya que su primera piedra no se colocó hasta 1694 y su construcción se llevó a cabo en diferentes etapas. No es el prototipo de catedral bella que la mayoría de gente tiene en mente, pero me gustó bastante su interior, sobre todo por su precioso órgano y las curiosas pinturas de su techo.
A continuación, nos acercamos a los muelles de Bjørvika para contemplar el Operahuset, el Teatro de la Ópera de Oslo. Se trata de una construcción reciente, de 2008, que destaca por su techo inclinado de mármol blanco, que le da un curioso aspecto de glaciar. Buena parte del teatro se encuentra bajo el mar.
Siguiendo la orilla del mar, nos dirigimos al Akershus Slott, un castillo medieval que desde hace 700 años protege la ciudad contra las invasiones marítimas. Únicamente vimos su fachada exterior y su patio interior, ya que no nos apeteció visitar sus dependencias. El Akershus Slott es el alma del Kvadraturen, un antiguo barrio histórico del que aún se conservan varios edificios.
El día había amanecido nublado aunque sin lluvia, pero en ese momento empezó a caer un chirimiri de lo más molesto. Decidimos que había llegado la hora de comer y así de paso refugiarnos de la lluvia, pero antes pasamos por el Stortinget, el parlamento, situado junto a Karl Johans Gate, principal arteria de la ciudad de la que hablaré más adelante.
Llegó la hora de comer, momento que podríamos resumir como la primera en la frente. Sabía que los precios de los restaurantes eran caros, pero no me imaginaba que lo fueran tanto… Dimos vueltas y vueltas hasta dar con un restaurante mongol en el que comimos la mar de bien, Mr. Hong.
A la salida del restaurante, el tiempo se había arreglado y pudimos disfrutar de una tarde calurosa y soleada. Para empezarla, nos dirigimos hacia el Rådhuset, el ayuntamiento, cuyo edificio me pareció un poco feo aunque original. Desde 1990, cada 10 de diciembre se celebra en él la ceremonia del Premio Nobel de la Paz, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Alfred Nobel.
En una antigua estación ferroviaria cerca del Rådhuset se encuentra el Nobels Fredssenter, centro dedicado a la vida de Alfred Nobel y a la historia del premio y a la de todos sus premiados.
El Aker Brygge es un animado y moderno centro de ocio y comercio que ocupa el lugar del antiguo astillero. En él se encuentra la mayor concentración de restaurantes de la ciudad. Dimos un soleado y agradable paseo por la zona, con una bellas vistas del Oslofjorden, mi primer fiordo.
Abandonamos la costa para dirigirnos a Karl Johans Gate, el corazón de la ciudad. Se trata de la calle más concurrida de Oslo y personalmente, salvando las distancias, le veo ciertos paralelismos con la Royal Mile de Edimburgo. Sin ir más lejos, a un extremo de Karl Johans Gate, al igual que sucede en Edimburgo, se encuentra el Slottet, el palacio real, que lamentablemente se encontraba en obras.
Otro edificio relevante de Karl Johans Gate es el Nationaltheatret, principal escenario del teatro noruego.
Asimismo, en torno a Karl Johans Gate se encuentran varios parques y zonas ajardinadas que me causaron una gran impresión.
El cansancio pudo con nosotros y a media tarde ya estábamos de vuelta al hostal, pero antes aprovechamos para revisitar el Oslo Domkirke, con mucha mejor luz que por la mañana.
Quedaron pedientes varias visitas, pero dos semanas después tendríamos una reválida con la ciudad antes de volver a Mallorca.